A partir de 2007, fecha en la que adquirió el resto de la propiedad, comenzó a rehabilitar las construcciones en ruinas que salpicaban toda la finca y a reforestar. En 2012 firmó un convenio con el Cabildo para continuar repoblando toda la zona. “El Cabildo nos da las plantas y nosotros las plantamos con nuestros operarios y con la ayuda de voluntarios, principalmente de Bioagate, que se han implicado mucho en el objetivo. Por otro lado, también corremos con los gastos y tareas de riego y mantenimiento. Los árboles plantados son cerca de 10.000, de los que 300 son palmeras, 600 olivos, más de 100 dragos, y otras tantas sabinas y almácigos. Hemos plantado especies del bosque termófilo, que es lo que le corresponde a este piso por su altitud, aunque también hay pinos canarios en la zona baja. Tenemos también un “jardín de sitio” –un reservorio de endemismos de la zona- tras la firma de un convenio específico con el Cabildo en 2019. Favorecemos el mantenimiento y regeneración del bosque de almácigos, en su mayoría centenarios y al menos dos ejemplares probablemente milenarios, reconocidos como árboles singulares en el catálogo aprobado por el Cabildo. Lo que en un principio era para disfrute de la familia y de los amigos ha pasado a ser una explotación de turismo rural, que coexiste con la explotación agraria tradicional, con un total de 13 unidades alojativas y una capacidad para alrededor de 40 personas”.
La enorme extensión de Redondo de Guayedra hace que las zonas de cultivo -50.000 metros aproximadamente- estén muy diseminadas. “No son producciones muy significativas porque no son fincas mecanizadas, ni tienen los rendimientos de grandes superficies”. No obstante recogen papas, mangos, aguacates, maracuyás, platanos, limones, naranjas, papayos y café, además de hortalizas y verduras. Todos estos cultivos se destinan, en su mayor parte, al consumo de los clientes de los alojamientos.
Poner en explotación las tierras del valle de Guayedra no fue difícil según cuenta su propietario, “eran tierras descansadas y con la utilización de abonos naturales y agua abundante no hemos tenido problemas, han sido inversiones importantes y he tratado de recuperar el esplendor que tuvo en los siglos XVII y XVIII”. Y de que lo ha logrado, es prueba los numerosos premios que ha conseguido, entre otros, el del Observatorio del Paisaje del Cabildo de Gran Canaria y el de la Mancomunidad del Norte.
La finca dispone de agua suficiente que llega desde Tamadaba, y se recoge en dos grandes balsas rehabilitadas en el año 2010. El agua que se recoge en un buen año de lluvias garantiza el riego de al menos un año de sequía.
Cuando a Normando Moreno se le pregunta por qué eligió el cultivo ecológico, responde que por convicción “estoy al tanto de lo que está pasando en el mundo y de lo que pasa con los fertilizantes y los productos químicos que envenenan la tierra, lo tengo claro y siempre he renunciado a la mayor cantidad de producción por la mayor calidad y a la mayor pérdida de producción por la belleza”.
A día de hoy Redondo de Guayedra es una explotación ecológica que no es económicamente sostenible, si bien su propietario cree que están en camino de que lo sea a medio plazo. Al estar tan dispersas las instalaciones, el coste de personal es muy importante. En la actualidad tienen 20 empleados, entre los que se ocupan de la parte turística y los que se dedican a la agricultura y al mantenimiento. La finca tiene paneles solares que abastecen el 35% de la energía que necesita la finca y coches eléctricos para desplazarse por los casi 130.000 metros cuadrados que constituyen la zona transitable donde están las villas y la mayoría de los cultivos.
Afirma Normando: que “el nivel de satisfacción de los clientes es fantástico por la calidad específica del entorno de montaña, de campo y de playa, del cielo, las instalaciones, la amplitud de espacios, los servicios y las atenciones del personal con el que contamos”.
Normando cuenta desde hace un año con la ayuda de su yerno Álvaro Esteve. Tan enamorado de la naturaleza como él, tiene muy claro el objetivo, que no es otro que conseguir a través del turismo activo y responsable que el total de la finca –incluyendo la agricultura tradicional- acabe siendo autosostenible y que se mantenga a lo largo de los años como un enclave donde turismo y agricultura se combinen en perfecta armonía con el medioambiente.