Antes de pasarse a la agricultura ecológica, Alejandro Gómez ya practicaba una agricultura de residuos cero que está muy próxima a la ecológica, pero las dos motivaciones principales que le llevaron a elegir este tipo de agricultura fue, en primer lugar, por una cuestión de salud. “Cuando decido venir a trabajar aquí y dedicarle todo mi tiempo a la finca, tengo muy claro que prefiero trabajar en un entorno ecológico y no químico, esa es la primera razón y la segunda, es a nivel comercial, me doy cuenta de que tengo que diferenciarme y aportarle valor añadido a mi producción para vender más y mejor”. Conseguir el certificado como ecológico, reconoce que fue también una motivación. Pero además coincidió otra circunstancia: la convocatoria de subvenciones para jóvenes agricultores del Gobierno de Canarias que incentivaba con una ayuda económica a quienes hicieran la transferencia de la agricultura convencional a la ecológica. Sus razones y esa coincidencia le llevaron a apostar por este tipo de agricultura.
A través de la marca GranEco, comercializa el 20 por ciento de su producción. Su fruta se distribuye desde una cooperativa de la que él es su presidente (SAT La Alosnera) que a su vez la distribuye a supermercados e intermediarios ecológicos como La Zanahoria, Verde que te quiero verde o Ecoarucas. El otro 80 por ciento de su producción que también es ecológica, “todo lo que se produce en la finca es ecológico”, se distribuye bajo la marca GranFruit porque, aunque la fruta sea ecológica, los intermediarios con los que trabaja desde hace cuatro años, no están dados de alta como ecológicos, por lo que se rompe la trazabilidad y la fruta deja de considerarse ecológica y no puede venderse como tal, aunque lo sea. La explicación que da sobre esta situación es que, “hoy por hoy, el mercado ecológico no absorbe toda la papaya y yo necesito vender toda la producción para poder hacer frente a todos los gastos”.
Alejandro tuvo que recuperar los terrenos en los que se encuentra el invernadero que estaban muy deteriorados, porque durante muchos años se dedicaron al cultivo intensivo de tomates. Además, tuvo que hacer invernaderos nuevos y mejorar toda la instalación que se encontró en muy malas condiciones.
En la finca trabajan actualmente dos empleados fijos a quienes los fines de semana se unen varios trabajadores más para recoger la fruta y disponerla limpia y empaquetada para su distribución.
Alejandro cree que la agricultura ecológica se impondrá a largo plazo, “te hablo de unos 50 años, pero es que no habrá necesidad de agricultura convencional porque cada vez tenemos más herramientas, tanto de abonos como de técnicas por lo que los precios de producción igualarán. El papel de los consumidores es fundamental, si las ventas no tiran, si los consumidores no compran ecológico la cosa irá más lenta”.
Favorable a las campañas públicas para fomentar el consumo de productos ecológicos, cree que debían promocionar el producto local, no solo por lo que supone de ayuda a los productores, sino por lo que implica de reducción de la huella de carbono. Por otra parte, habría que hacer un llamamiento a los consumidores para que no rechacen los productos por tener, en ocasiones, un aspecto diferente”.
Su profesión de ingeniero agrónomo y haber trabajado en explotaciones grandes como Bonny y en cooperativas, le ayudan a la hora de la tramitación de subvenciones y a la de proveerse de tecnología. “Poco a poco estoy modernizando la finca para ser menos esclavo”. De hecho, dispone de una aplicación con la que se comunica con una central y en tiempo real puede conocer la humedad del suelo y regularla si es necesario desde su móvil, en cualquier sitio que se encuentre.
La explotación dispone también de una máquina lavadora de papayas que diseño él mismo y que cumple la última función necesaria para que la fruta vaya directamente al empaquetado.