Precisamente este bosque es uno de los elementos que más destaca en la propiedad. Cristina recuerda que “consta que hace más de 400 años llegaba hasta el Jardín Canario y bajaba por el barranco hasta Jinámar”. Un gran almácigo protagoniza este remanso verde que deja su huella histórica como ejemplo de supervivencia.
Una apuesta por lo ecológico
“Lo tuve claro desde el principio porque vivo aquí”. Cristina apostó por una agricultura sin herbicidas para el entorno que rodea a su hogar y el de sus hijos. “Hasta hace unos años se aplicaban productos químicos nocivos. Pero mi formación como ingeniera agrónoma me hace ser consciente de la influencia de los herbicidas”. Aquella filosofía de mantener un suelo limpio cambió por un entorno más sano. La protección contra las plagas llega en forma de tratamientos que combinan el azufre con la bentonita y la diatomea para controlar las posibles plagas de oídio y mildiu.
“Una plaga de esta zona es la de los caracoles. Me obligó a poner a una persona específicamente a quitarlos, para no emplear productos químicos. Y la cochinilla también está presente. La combatimos con un cepillo de cerdas de hierro con el que descortezamos la planta”.
La finca la mantienen entre un trabajador y la propia Cristina, con la ayuda de un tío suyo, que es quien gestiona la parte que se alquila para eventos. Otra actividad que se realiza en el lugar es la de las visitas guiadas, enseñando la finca y la historia de la familia a grupos de turistas, de lunes a domingo, en dos turnos.
La recogida de uva -de variedades listán negra, negramoll, malvasía, listán blanca y moscatel, en cepas de más de 35 años de antigüedad- se hace en familia y de una sola vez. La media anual cosechada ronda los 3.000 kilos, aunque los dos años anteriores han sido muy malos, por la sequía, con pérdidas de hasta el 75%, que han lastrado la producción.
El vino resultante es un tinto ecológico que pasa once meses en tanque y no lleva filtración, con decantación natural. Después se embotella y, tras tres meses en reposo, se vende como vino joven. Una parte del tinto lleva ya un año en barrica de roble francés, una variedad que Cristina, en colaboración con el enólogo de la bodega, estudia cómo y cuándo embotellar y vender. “Este puede que sí lleve ya una etiqueta de crianza”, comenta. Lo comercializa en su propia bodega, así como en tiendas especializadas como Canarywine y Aragüeme y algún restaurante.
El vino Mocanal es un tinto con personalidad, con aroma afrutado y toques minerales nacidos en el seno del volcán de Bandama, mucha persistencia en boca y ligereza aportada por su integrada acidez. Su baja graduación lo convierte en un vino fácil de tomar y maridar con platos como carnes, verduras, arroces o picoteos.
La finca ofrece, además, otros cultivos, aunque destinados a consumo de la familia, como níspereros, almendros, pitayas, guayabos, ciruelos, nectarinos, granados, morales, limoneros y naranjeros. “En épocas de mi abuelo plantaban papas con las parras, intercalándolas como cultivos de asociación”.
Para el enriquecimiento de la tierra, en la finca viven dos pequeños ponis y un burro. “Al principio compraba estiércol de vaca, pero luego supe de los ponis: son grandes productores de estiércol, porque con una pequeña inversión generan mucho”. La parejita que llegó a la finca ahora tiene un retoño, un pequeño poni que ha comenzado a aportar su ‘granito de arena’ a la explotación.
Otra característica de El Mocanal es que las parras son cultivos de secano: “hace más de 15 años que no regamos, también por un problema que tenemos con el agua para hacerla llegar hasta aquí”. Y es que la lucha contra los elementos caracteriza a esta histórica finca en la que la quinta generación sigue haciendo vino.